Una instantanea de época

 Septiembre, 1910. Por las calles circulan algunos automóviles, victorias o coches de posta, unos pocos coches americanos y los primeros vehículos de transporte con motor a gasolina (las famosas "taguas" y "góndolas"). También carros de sangre y tranvías eléctricos, uno de ellos lleva un letrero: "la viruela aumenta, vacúnese sin falta". Cerca del Club Hípico deambulan carretelas dieciocheras y muchedumbre de a pie. Además carruajes de embajadas extranjeras invitadas a las fiestas del centenario. Santiago es una ciudad extendida. Es primavera y en las noches la Alameda de las Delicias está iluminada. En las principales manzanas del centro, junto con el gran comercio, un par de prósperos bancos ocupan relucientes mansiones de bronce y mármol. En calles como San Antonio hay un comercio abigarrado: boticas, relojerías, negocios de calzado, sastrerías y tiendas con un letrero que anuncia "se realiza todo, a muy bajo precio".

 En la propia Alameda, en una residencia majestuosa, vive con su familia el todavía joven e inédito poeta Vicente Huidobro (que tendido en un diván sueña con la Comtesse de Noailles). La apertura de Gath y Chávez, multitienda al estilo europeo inaugurada ese año, con varios niveles y ascensores, crea gran curiosidad y expectación. El país, complacido de sus logros, se autocongratula. No merece menos una capital con más de 400.000 habitantes, un país con una población total que bordea los 4.000.000 en sus 23 provincias, desde Tacna y Arica hasta el territorio de Magallanes; no merece menos una sociedad que en la voz del discurso oficial (los Baedecker y volúmenes celebratorios en papel satinado) se percibe a sí misma como culta, ilustrada y europea; una nación que con la celebración del centenario está pasando de la edad juvenil a la edad adulta(1). Un viajero norteamericano de esos años, W. D. Boyce, señala que las modas de París llegan a Santiago con la misma rapidez que a Nueva York, los "parques y la Alameda -dice- hacen que la capital de Chile sea por las tardes tan hermosa y atractiva como Rotten Row en Londres o Central Park en Nueva York"(2).

 En el llamado "vecindario decente", conformado por el centro y algunas manzanas aledañas, hay antiguas casas solariegas de estirpe española, con patios floridos, balcones enrejados y tejas, pero también algunas construcciones a lo "belle époque": mansiones de estilos europeos u orientales, y hasta palacios de corte neoclásico o morisco. Los beneficios del salitre a las arcas fiscales han aportado lo suyo a la urbe y a la modernización oligárquica: allí está el alumbrado público y los teléfonos, el alcantarillado, u obras como el Palacio de Bellas Artes de Jecquier; el parque Forestal de Dubois; la nueva fachada del Correo Central; el Palacio de los Tribunales de Doyere; la Estación Mapocho -adonde llega el recién inaugurado ferrocarril transandino-, la red de tranvías eléctricos y el inicio de la Biblioteca Nacional(3). En la Alameda abajo, cerca de la Estación de trenes diseñada por Eiffel, en un barrio de prostíbulos y gañanes, un charlatán discursea en una esquina ofreciendo a los transeúntes brebajes para todo género de enfermedades.

 Del centro de la ciudad parten algunas de las calles que dan a la periferia, muchas todavía con acequias de aguas servidas a tajo abierto, calles polvorientas (o con restos de barro) que van a morir a los confines de la ciudad, o desaparecen en miserables suburbios, donde -según un cronista de la época- los ranchos de paja son negros y los basurales se levantan como promontorios en los que husmean perros escuálidos, lugares que colindan con potreros a campo abierto, como Chuchunco o "los Pajaritos"(4).

 Entre esos suburbios de los "confines" y el "vecindario decente" del perímetro central, se despliegan los más de mil conventillos con habitaciones insalubres -o "cités", como se les llamaba entonces, con voz afrancesada(5). Esta es Santiago, esta es la ciudad que después de largos meses de incertidumbres de toda índole, se dedica -con bombos y platillos y algún huifa ay ay ay- a la celebración del primer centenario de la Independencia en septiembre de 1910.

Contexto Cultural y Textos Críticos
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